3. La Noche de Reyes

La vida está llena de sorpresas.

Las hay buenas y, por supuesto, malas.

Y el problema, realmente, no es la naturaleza de las sorpresas. El problema es que existen sorpresas. Suponen una prueba, no saber que va a ocurrir nos hace sentir indefensos. Si todo fuera como el curso de un río, cuesta abajo y sin pensar, seríamos felices. Pero existen los cambios de ruta, y no vienen a veces marcados en el mapa.

Aquel día fue una sorpresa, un principio peculiar en el cual los segundos fueron una resta y yo, casi, un volver a empezar.

Mis abuelos estaban delante de mí. Su estrafalaria manera de vestir me impedía confundirlos con cualquier otro grupo de dos personas. Cualquier pareja a su lado resultaba anodina. En sus rostros descubrí rápidamente que aunque estaban allí en cuerpo su espíritu permanecía en otro lugar.

-¡Abuelos! - grité intentando mostrar en mi voz cierta curiosidad.

- Hola... - respondió mi abuela.

Ellos nunca habían ido ha buscarme antes al colegio.

- Debes acompañarnos – añadió segundos después.

Asentí. Tras despedirme de mi compañero comencé a caminar junto a ellos hacia el coche. Mi abuelo esperaba impaciente tras el volante. Sus manos se agarraban al cuero. El motor, encendido, parecía mandar señales de humo a través del tubo de escape.

Al sentarme en el asiento trasero el coche comenzó a moverse.

Cuando recuerdo aquel día pienso en la noche de reyes. Al dormirnos pensamos en lo que nos gustaría recibir, imaginamos que por fin, al despertar, tendremos todo lo que pedimos días antes. No hay posibilidad de error en la antesala de los sueños.

Sin embargo, acompañando al último hálito de conciencia, nuestra mente imagina que hacer cuando descubramos que nuestros regalos no son precisamente como habíamos imaginado.

Ahí radica la sorpresa.

Mi abuelo apretó el acelerador al tiempo que mi abuela se giró para decirme “nos vamos”.

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